sábado, 27 de marzo de 2010

SMS

Mi mensaje pidiendo audiencia para aclarar las cosas (quién me mandará a mí insistir) ha recibido respuesta:

"Por cierto, dime qué nombre ponerle a tu número. Creo que nunca lo he sabido".

Y yo pensando en él, acordándome de su nombre, de su cara y de su sonrisa que sólo disfruté unas horas y que se apagó cuando apareció el bicho. No sé por qué, pero se confirma una vez más uno de los grandes misterios de la óptica: cuando aparece el virus en la conversación, todos dejan de verme a mí y sólo ven un microbio.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Seré breve

Hoy seré breve. La verdad es que no tengo mucho que decir... salvo que no salgo de mi asombro y no se me pasa el cabreo con el que llevo varias horas por causa del protagonista de la noche memorable y la mañana de mierda del otro día.

No sólo se fue huyendo el otro día casi sin despedirse. No sólo me mandó un mensaje con faltas de ortografía como única excusa. No sólo ha tardado cuatro días en volver a dar señales de vida, ignorando los mensajes que le mandé invitándolo al cine. No, hoy ha ido mucho más allá.

De hecho, su llamada –que yo esperaba como agua de mayo– fue incluso para recriminarme mi conducta. "¿Sabes? He estado pensando y creo que lo que hiciste el otro día no estuvo nada bien", me ha espetado. "Creo que te portaste mal y deberías haberme avisado antes de lo tuyo", ha sido capaz de decir.

Claro, ahora debe ser que los seropositivos tenemos que llevar un brazalete con un + rojo para que se nos diferencie por la calle. Que no tenemos derecho a sobreponernos a la infección. Que el hecho de tener un virus en la sangre, aunque sea en cantidades mínimas e indetectables, es el rasgo más importante de nuestra identidad, por encima de los intereses, la manera de ser, de pensar o, incluso, si tenemos unos ojos bonitos. Que debemos ir diciendo a cualquiera, a modo de presentación, "hola, soy Fulano y tengo VIH".

Que no tenemos, en definitiva, derecho a la ilusión, a relacionarnos como cualquiera, a tener una vida completa. "Creo que deberíamos quedar un día para que me expliques por qué no me lo dijiste antes", remató. ¿Antes de qué? ¿De conocerte? ¡Si te viniste a mi casa a las dos horas de que empezáramos a hablar en un bar!

"Cuando quieras", le contesté desafiante. No sé si tengo ganas de verlo, si total estoy casi seguro de que ya no puede aportarme nada. Pero la verdad es que en las últimas horas se ha despertado en mí un sentimiento de orgullo y autoafirmación que en cuatro años no había sentido.

"Sí, soy seropositivo y soy mucho más hombre y maduro que tú", debería haberle dicho para colgar y dejarle con la palabra en la boca. Si al final tiene huevos de quedar, parece que me voy a quedar a gusto y que a él le va a tocar pagar sus platos y los platos rotos de los demás cobardes.

"Si yo fuera él", me digo ahora a mí mismo, "empezaría a temblar". He dicho.

domingo, 14 de marzo de 2010

A partir de hoy



Ayer me levanté con la firme determinación de que el día no fuera igual que el anterior, y el otro, y el otro... y aquél en que me sentí vestido, como una viuda, de negro luto de la cabeza a los pies.

Parece mentira que calmar el dolor más grande del mundo con un cambio de actitud es posible. Vale, sólo dura un rato –el mismo tiempo que dura el efecto de una pastilla de ibuprofeno 600 mg–, pero alivia que no veas.

Así que ayer, con la vista puesta en una noche que se anunciaba memorable, me levanté temprano. Desayuné en uno de mis bares preferidos mientras la lavadora terminaba de lavar la funda nórdica. Me di un pequeño paseo hasta la panadería, el único lugar que estaba abierto a las 9 de la mañana. Me corté el pelo para estar más guapo. Hice la cama con sábanas blancas y el nórdico recién lavado y secado al sol de la temprana primavera. Pasé la tarde disfrutando de música y de la compañía cafetera de una amiga.

Y, como no podía ser de otra manera, tal inyección de vitalidad tuvo su recompensa. Como si los astros se hubieran alineado (dime tú que no es casualidad que el mismo día que pongo mis sábanas preferidas y lavo el nórdico me pase lo que os cuento), no he dormido solo esta noche. Es más: he tenido una de las noches más bonitas de los últimos años, comparable a alguna noche de farra de las que acaban con chocolate con churros a las 8 o aquella noche del final de verano que os conté una vez.

Innumerables las cosas en común que tengo con él, incontables los detalles que me dejaron ver que estaba compartiendo la cama con uno de esos chicos que casi nunca encuentras (y que, si aparece, tiene novio o es hetero). Todo fue perfecto. Todo... hasta que el tema de siempre se metió en la cama como el niño de tres años que corre a la cama de sus padres en busca de compañía y protección contra sus pesadillas.

Supongo que el bicho, aunque esté acojonado y escondido, me está creando una coraza que me protege contra la adversidad como nunca antes. Pero es que a la cuarta vez que sabes que alguien va a escapar tarde o temprano, en dos minutos o en dos meses, ya te da un poco igual. "Perdona mi bajón de lívido" (sic), dijo en un mensaje al rato de marcharse, "pero entiende el shock". Pues claro que lo entiendo. No lo voy a entender... camino de mi cuarto cumpleaños, ya entiendo todo lo que hay que entender.

Después de casi veinte minutos dando rodeos a la confesión en horizontal, he entendido que no soy capaz de decirle a nadie que tengo VIH. Entiendo también que todos esos amantes ocasionales (cuatro en cuatro años... ¡qué pobreza, con lo que yo era!) se escapen de mi casa/cama sin remedio. Entiendo que dé miedo pensar en estar conmigo. Entiendo las excusas que me ha dado esta mañana antes de huir. Entiendo que el libro que me inspira cuando me falta el aire es sólo un cuento, una historieta que sólo es autobiográfica para su autor.

Entiendo, en fin, que estoy sólo (y solo) al principio de una carrera de fondo que seguro durará todavía cuatro o cinco décadas... pero que nunca será completa si sigo buscando en los demás algo que debo buscar en mí.

A partir de hoy, cuando cambie las sábanas sabré que son sólo para mí. Cuando haga un buen potaje, pondré sólo un plato y una cuchara en la mesa. Cuando me corte el pelo, esperaré sólo mi aprobación. Si salgo a pasear, no echaré de menos tener a alguien al lado para decir que tengo frío.

A partir de hoy, estaré solo pero me sentiré completo.