jueves, 5 de mayo de 2011

Una palabra tuya...

...bastaría para sanarme. Más o menos, claro. Por lo menos, curaría ese nudo en la garganta que vuelve a tenerme todo el día con principios de asfixia. 

Nadie dijo que esto fuera a ser fácil. He pasado por miles de cosas en los últimos cinco años: cambios de ciudad, de trabajo, de amigos, vuelta a empezar. Períodos más desenfrenados, seguidos inmediatamente de otros mucho más asociales. Mis CD4 se han mantenido en su sitio y mi salud física ha estado perfectamente. He ido al gimnasio con regularidad, he estudiado idiomas. He dado pasos enormes en mi situación financiera y he ido progresando, a pasos insultamente grandes, hacia una madurez que apremia justo ahora que mi vida llega a su cuarta década. 

Ahora echo la vista atrás y descubro, con horror, que ya han pasado diez años desde aquel día de abril en que te conocí. Yo con diecienueve recién estrenados, tú aún con tus dieciocho. Un chat cualquiera de los de entonces. Una animada charla de horas, seguida por un pequeño incidente que estuvo a punto de causar que mi vida hubiera sido totalmente diferente. Te reirás recordándolo: recuerdo cómo sin querer al levantarme de mi silla para ir al servicio o a por un vaso de agua mi pie apretó el botón de apagado de aquella primitiva y enorme CPU de ordenador que estaba bajo mi mesa y cómo el ordenador se quedó en negro a los tres segundos. Aunque lo reinicié y volví a buscarte, tú ya no estabas conectado. Pensé no volver a leerte más y la angustia adolescente me invadió. 

Sin embargo, las neuronas aún entonces me daban para algo y tuve una idea genial: conectarme el siguiente día, a la misma hora y al mismo canal de chat. Y allí estabas, de nuevo. Evidentemente habías tenido el mismo pensamiento. Desde aquella segunda tarde hasta la de hoy ha pasado toda una década. Diez años en los que hemos vivido de todo. Indiferencia por tu parte, amor apasionado por ambas. Separación en busca de nuevos horizontes, desilusión y vuelta a pensar en ti. Nuestros caminos se separaron durante tres o cuatro años y luego, como por empeño del destino, otro día volvimos a cruzarnos. Hemos compartido trabajo, proyectos. Amigos, noches de fiesta, alguna que otra cita para ir a comer como buenos ex. 

Pero yo te he seguido queriendo siempre. Igual que aquella tarde en que empezamos a chatear. Heme aquí, otra vez tecleando para decirte lo mucho que te echo en falta. No ha pasado uno solo, de los 3.600 días que me separan de aquella primavera, en el que no hayas estado en mi mente.

Ya no sé qué más hacer. Como aquella Penélope que esperaba en un banco de la estación, sigo aquí aguardando a volver a verte como antes. Como en aquella horrorosa canción de Mecano, solo quiero que la fuerza del destino nos vuelva a juntar. "Pues si el invierno viene frío, quiero estar junto a ti". Valiente moñada pero qué aguda descripción. Lo has clavao, nachocano.

Esta desesperación no tiene cura, aparentemente. Sin embargo, sigo soñando con que un día digas de una vez esa palabra que bastará para sanarme. En esta época en la que atravieso mis horas más bajas desde hace muchos meses, solo quiero esperar a que vuelvas. En esta etapa en la que ya no creo en nada, solo puedo tener fe en que un día —aunque sea dentro de veinte o treinta años— vengas a buscarme, a darme un abrazo y a quererme si acaso en una décima parte de como yo lo hago. 

Es tarde. Hasta mañana, sea eso cuando sea.