jueves, 14 de julio de 2011

Sueños

Cada noche te veo en sueños. A falta de mayor relación en eso tan vulgar que llamamos 'realidad', me gusta quedar contigo cada noche en un sitio diferente. Lo normal es verte en horizontal para saborear tus besos (¡cómo me gusta verte así!) pero otras veces te encuentro en otras situaciones. 

En nuestra última cita, la pasada noche, era una tarde calurosa e íbamos en un autobús urbano cuando tres estudiantes americanas empezaban a lanzarte flechas, a ver si te cazaban. Y recuerdo perfectamente tu voz diciéndoles "I'm not much into women", mientras volvías tu mirada, tan azul, hacia mí para sonreír. Una de ellas encendía después un cigarro y entonces tú ibas hacia el conductor para avisarlo de la infracción. Siempre has sido así de correcto. 

Hoy me espera un día infernal en el trabajo y con varios encargos que tengo pendientes (¡sin ninguna gana!). Lo único que quiero ahora es que llegue la noche y volver a encontrarte, no sé dónde nos veremos. 

sábado, 2 de julio de 2011

Asocial





"Todo individuo es tanto más sociable cuanto más pobre de espíritu y, en general, cuanto más vulgar es".



Acabo de leerlo en la antológica Museo de los Horrores, una página personal tan 1.0 que gusta solo de entrar. En ella, el autor atribuye la máxima a Arthur Schopenhauer. Da igual, es como si la hubiera escrito yo mismo en la noche de ayer.

Parece que estoy alcanzando unas cotas de refinamiento imposibles e inimaginables en mí hace unos años. Ese hombre que era el centro de atención de manera comedida pero eficaz, sin estridencias pero bordeando el histrionismo con frases categóricas y sentencias basadas en el último pensamiento que se pasaba por la cabeza, convenientemente disfrazadas de razonamientos de meses. Todo se ha derrumbado.

Anteayer fui a comer caracoles con una horda de amigos y en un momento dado (de hecho, aún no había probado el primero) me levanté y me fui, haciendo una de esas ocho-trece más propias de noche de sábado rozando la mañana del domingo. Me fui y a los diez metros ya estaba refugiado en la envolvente calidez de Chaikovski, sonando al 60% en mi iPod. El camino hacia casa duró lo que tarda la sexta sinfonía en anunciar el final made in San Petersburgo que le sobrevendría al autor a los tres meses de estrenar la obra.

Que no, que no, que ya no me gusta la gente. Me di cuenta ayer chateando un rato por el Grindr con el primero que pasaba. Llegué a decirle que "lo que yo busco no existe", anulando cualquier tipo de esperanza por su parte (otra cosa es que luego me envió su foto y, sí, ciertamente estaba lejos de ser lo que yo busco aunque, en realidad, es normal porque esto último n'est pas plus).

Hoy emprendo mi nueva huida. Dejo un piso de alquiler por uno propio que promete convertirse en un búnker a prueba de balas, de propuestas y de desilusiones. De hecho, casi no he invitado a nadie a verlo desde el día de la compra ni, mucho menos, desde que terminó la reforma integral. Es mi casa, mi castillo, el lugar donde nada ni nadie entra si no es como aquello que no existe. El colmo del refinamiento, diría Schopenhauer, es vivir en un barrio popular de una ciudad callejera... pero encerrado en una cápsula que se aísla del mundo. Pareces blancas, lisas, maderas claras, algún cristal separador de espacios y, sobre todo, ventanas gruesas y aislantes subvencionadas por el gobierno. El mismo que me paga las píldoras para seguir viviendo me ayuda a pagar las paredes de mi refugio.