viernes, 9 de marzo de 2012

Muriendo poco a poco

Van pasando los meses desde el último gran cambio de mi vida. Lo que iba a convertirse en un castillo inexpugnable a ojos del exterior se ha tornado en una cárcel. La soledad del piso unipersonal, lejos de liberar, ha terminado por atraparme. Piso-cárcel. Poco a poco, siento que cada día me atrapan más este sofá, esta silla, esta cama.

En los dos primeros casos, sin ningún motivo. En el de la cama, que es la más cómoda y aparentemente más confortable de las que he tenido nunca, porque se ha convertido en un instrumento de tortura.

Siempre he tenido el sueño regular. Ningún problema para dormir, nunca. Ni en época de exámenes, ni antes de un viaje. Y sigue siendo así. Me quedo dormido a los dos minutos de empanarme entre el colchón y el nórdico.

El caso es que, supongo que por efecto de la medicación, las noches se han convertido en tragos mucho más duros que los días. Éstos transcurren siempre de la manera prevista: trabajo, clases, alguna cerveza de vez en cuando, un polvo al mes, con el primero que pillo en la página de turno. Cada día igual.

Las noches... no. Cada una es diferente. Quizá antes soñaba, pero creo que nunca como hasta ahora. De vez en cuando, me despierto a las tres de la madrugada, asustado por una pesadilla aterradora. El silencio sepulcral del piso de soltero en una zona tranquila rodea a la cama por todas partes. Como soy de sueño fácil, la pesadez narcótica puede conmigo al minuto y hace que el azoro no pase nunca de un duermevela macabro.

Otras veces, menos frecuentes, me despierto con el sabor de tu boca en mi mente. Tras soñar contigo, que nunca leerás esto porque ya no existes más que en mis sueños. Aunque tu cuerpo viva no muy lejos de mi piso, la verdad es que tú moriste hace mucho. Al menos de día. Eres un cuerpo-muerto. Un muerto viviente, ni sombra de lo que fuiste.

En esas noches de alegría inconsciente me doy cuenta de que todo lo demás ya me sobra. Por esos encuentros nocturnos, no tan habituales como me gustarían y que escapan a todo control por mi parte, vuelvo a verte y a besarte como hacía con tu cuerpo-persona hace años. Hace tantos años que ya debería haberme olvidado.

Van pasando los meses y siento que voy muriendo poco a poco. Lo cierto es que físicamente estoy muy bien, tengo buen aspecto. Como bien, hago algo de ejercicio. Pero yo también soy un zombi que camina sin vida y que solo revive y recobra la alegría en las noches en las que nos encontramos. Esas noches, tan poco frecuentes, son los únicos momentos de vida, de escape de esta vida-cárcel en la que se ha convertido mi existencia.

Como un preso encerrado en una cárcel a la orilla de un acantilado, de vez en cuando —cuando he encontrado papel y un lápiz para hacerlo— lanzo un mensaje como este al océano, con la vana esperanza de que algún día lo leas. Mientras tanto, sigo esperando a la muerte. El sueño eterno del que nunca despertaré y donde me reuniré contigo, cuerpos-muertos ambos, sin despertar ya nunca más.