sábado, 30 de agosto de 2008

Valiente dulzura

Después de nuestro primer beso, sentí la necesidad de contarle por qué las cosas no iban a ser tan fáciles. Eran casi las 6 de la mañana, habíamos estado hablando durante horas, y él hizo ademán de irse. Antes, quiso besarme para despedirse.

-Ven, siéntate. No sé cómo empezar. Es que no es nada fácil. Me cuesta tanto decirlo... Resulta que hace unos dos años que no estoy con nadie. ¿Por qué, te preguntarás? No porque no quiera, sino porque no puedo. Hay algo que me lo impide. Es una historia complicada...

- Cuéntamelo sólo si quieres.

- Claro que quiero contártelo. El caso es que... no sé cómo hacerlo. No puedo. No me salen las palabras. Nunca he sido capaz de hablar de ello.

- No será tan grave, hombre.

- Bueno, sí lo es. Verás... es, quizá, lo peor que puedas imaginarte.

- No sé, no caigo. ¿Alguna enfermedad?

- Sí... la peor.

Después de guardar unos segundos de silencio con su mirada llena de ternura clavada en mis ojos, con la valiente dulzura que dan los veintipocos años me espetó:

- Pues cada vez tengo más ganas de besarte.

No hay comentarios: