martes, 11 de marzo de 2014

Los hombres grises (Miraclaun Teatro | http://miraclaun.wordpress.com)

Al principio apenas se nota. Un día, ya no se tiene ganas de hacer nada. Nada le interesa a uno, se aburre. Y esa desgana no desaparece, sino que aumenta lentamente. Se hace peor de día en día, de semana en semana. Uno se siente cada vez más descontento, más vacío, más insatisfecho con uno mismo y con el mundo. Después desaparece incluso este sentimiento y ya no se siente nada. Uno se vuelve totalmente indiferente y gris, todo el mundo parece extraño y ya no importa nada. Ya no hay ira ni entusiasmo, uno ya no puede alegrarse ni entristecerse, se olvida de reír y llorar. Entonces se ha hecho el frío dentro de uno y ya no se puede querer a nadie. Cuando se ha llegado a este punto, la enfermedad es incurable. Ya no hay retorno. Se corre de un lado a otro con la cara vacía, gris, y se ha vuelto uno igual que los propios hombres grises. Se es uno de ellos. Esta enfermedad se llama aburrimiento mortal.
Michael Ende. Momo

Una de las enfermedades más dañinas del mundo. Ocho años después, el virus sigue sin aparecer, acorralado por la implacable represión de las píldoras. Pero el aburrimiento mortal está tan presente como en el mundo gris en el que vivía Momo.


viernes, 9 de marzo de 2012

Muriendo poco a poco

Van pasando los meses desde el último gran cambio de mi vida. Lo que iba a convertirse en un castillo inexpugnable a ojos del exterior se ha tornado en una cárcel. La soledad del piso unipersonal, lejos de liberar, ha terminado por atraparme. Piso-cárcel. Poco a poco, siento que cada día me atrapan más este sofá, esta silla, esta cama.

En los dos primeros casos, sin ningún motivo. En el de la cama, que es la más cómoda y aparentemente más confortable de las que he tenido nunca, porque se ha convertido en un instrumento de tortura.

Siempre he tenido el sueño regular. Ningún problema para dormir, nunca. Ni en época de exámenes, ni antes de un viaje. Y sigue siendo así. Me quedo dormido a los dos minutos de empanarme entre el colchón y el nórdico.

El caso es que, supongo que por efecto de la medicación, las noches se han convertido en tragos mucho más duros que los días. Éstos transcurren siempre de la manera prevista: trabajo, clases, alguna cerveza de vez en cuando, un polvo al mes, con el primero que pillo en la página de turno. Cada día igual.

Las noches... no. Cada una es diferente. Quizá antes soñaba, pero creo que nunca como hasta ahora. De vez en cuando, me despierto a las tres de la madrugada, asustado por una pesadilla aterradora. El silencio sepulcral del piso de soltero en una zona tranquila rodea a la cama por todas partes. Como soy de sueño fácil, la pesadez narcótica puede conmigo al minuto y hace que el azoro no pase nunca de un duermevela macabro.

Otras veces, menos frecuentes, me despierto con el sabor de tu boca en mi mente. Tras soñar contigo, que nunca leerás esto porque ya no existes más que en mis sueños. Aunque tu cuerpo viva no muy lejos de mi piso, la verdad es que tú moriste hace mucho. Al menos de día. Eres un cuerpo-muerto. Un muerto viviente, ni sombra de lo que fuiste.

En esas noches de alegría inconsciente me doy cuenta de que todo lo demás ya me sobra. Por esos encuentros nocturnos, no tan habituales como me gustarían y que escapan a todo control por mi parte, vuelvo a verte y a besarte como hacía con tu cuerpo-persona hace años. Hace tantos años que ya debería haberme olvidado.

Van pasando los meses y siento que voy muriendo poco a poco. Lo cierto es que físicamente estoy muy bien, tengo buen aspecto. Como bien, hago algo de ejercicio. Pero yo también soy un zombi que camina sin vida y que solo revive y recobra la alegría en las noches en las que nos encontramos. Esas noches, tan poco frecuentes, son los únicos momentos de vida, de escape de esta vida-cárcel en la que se ha convertido mi existencia.

Como un preso encerrado en una cárcel a la orilla de un acantilado, de vez en cuando —cuando he encontrado papel y un lápiz para hacerlo— lanzo un mensaje como este al océano, con la vana esperanza de que algún día lo leas. Mientras tanto, sigo esperando a la muerte. El sueño eterno del que nunca despertaré y donde me reuniré contigo, cuerpos-muertos ambos, sin despertar ya nunca más.

lunes, 28 de noviembre de 2011



Hace muchos años —más de diez, una eternidad— tuve un novio que estaba obsesionado con que The Cranberries, aquel grupo irlandés de los noventa, cantaba su vida en cada canción. Años después, hará ahora unos cinco, conocí a otro que se empeñaba en que Texas —escoceses esta vez— eran como una banda sonora programática de todo lo que le pasaba. ¡Cuántas veces me habré mordido la lengua en presencia de ambos cuando insistían en tal patraña adolescente! Por lo que sé, todavía hoy siguen, por lo menos el segundo, que ya no cumplirá los treinta, empecinados en verse reflejados en cada canción.

He venido pensando en ellos en mi camino de vuelta del trabajo. En el autobús, a esta hora lleno de gente solitaria que casi ni habla tras la jornada laboral o de estudios, me dispuse a descubrir el último disco de La Casa Azul, publicado hace unos días bajo el título de La Polinesia meridional. Como digo, pensé en aquellos dos amigos cuando me descubrí a mí mismo reconociéndome en las canciones. Lo malo, y lo que resulta hipócrita tras el primer párrafo de esta entrada, es que no es la primera vez que me pasa, de hecho ya lo conté aquí hace más de tres años.


jueves, 15 de septiembre de 2011

¿Fue posible que yo no te supiera
cerca de mí, perdido en las miradas?

Los ojos me dolían de esperar.
Pasaste.

Si apareciendo entonces
me hubieras revelado
el país verdadero en que habitabas!

Pero pasaste
como un Dios destruido.

Sola, después, de lo negro surgía
tu mirada.

Jaime Gil de Biedma


Con el gran Gil de Biedma empezará una carta que recibirás muy pronto. Hoy he empezado a escribirla a modo de declaración de independencia. Diez años después, quiero por fin desprenderme de tu recuerdo. No quiero verte ni siquiera en esos sueños que vivo con más alegría que mis vigilias. Tu mirada, que surgía de lo negro de mi prehistoria, es hoy un cielo que ‑a pesar de su azul intenso‑ me agobia como nunca.

jueves, 14 de julio de 2011

Sueños

Cada noche te veo en sueños. A falta de mayor relación en eso tan vulgar que llamamos 'realidad', me gusta quedar contigo cada noche en un sitio diferente. Lo normal es verte en horizontal para saborear tus besos (¡cómo me gusta verte así!) pero otras veces te encuentro en otras situaciones. 

En nuestra última cita, la pasada noche, era una tarde calurosa e íbamos en un autobús urbano cuando tres estudiantes americanas empezaban a lanzarte flechas, a ver si te cazaban. Y recuerdo perfectamente tu voz diciéndoles "I'm not much into women", mientras volvías tu mirada, tan azul, hacia mí para sonreír. Una de ellas encendía después un cigarro y entonces tú ibas hacia el conductor para avisarlo de la infracción. Siempre has sido así de correcto. 

Hoy me espera un día infernal en el trabajo y con varios encargos que tengo pendientes (¡sin ninguna gana!). Lo único que quiero ahora es que llegue la noche y volver a encontrarte, no sé dónde nos veremos. 

sábado, 2 de julio de 2011

Asocial





"Todo individuo es tanto más sociable cuanto más pobre de espíritu y, en general, cuanto más vulgar es".



Acabo de leerlo en la antológica Museo de los Horrores, una página personal tan 1.0 que gusta solo de entrar. En ella, el autor atribuye la máxima a Arthur Schopenhauer. Da igual, es como si la hubiera escrito yo mismo en la noche de ayer.

Parece que estoy alcanzando unas cotas de refinamiento imposibles e inimaginables en mí hace unos años. Ese hombre que era el centro de atención de manera comedida pero eficaz, sin estridencias pero bordeando el histrionismo con frases categóricas y sentencias basadas en el último pensamiento que se pasaba por la cabeza, convenientemente disfrazadas de razonamientos de meses. Todo se ha derrumbado.

Anteayer fui a comer caracoles con una horda de amigos y en un momento dado (de hecho, aún no había probado el primero) me levanté y me fui, haciendo una de esas ocho-trece más propias de noche de sábado rozando la mañana del domingo. Me fui y a los diez metros ya estaba refugiado en la envolvente calidez de Chaikovski, sonando al 60% en mi iPod. El camino hacia casa duró lo que tarda la sexta sinfonía en anunciar el final made in San Petersburgo que le sobrevendría al autor a los tres meses de estrenar la obra.

Que no, que no, que ya no me gusta la gente. Me di cuenta ayer chateando un rato por el Grindr con el primero que pasaba. Llegué a decirle que "lo que yo busco no existe", anulando cualquier tipo de esperanza por su parte (otra cosa es que luego me envió su foto y, sí, ciertamente estaba lejos de ser lo que yo busco aunque, en realidad, es normal porque esto último n'est pas plus).

Hoy emprendo mi nueva huida. Dejo un piso de alquiler por uno propio que promete convertirse en un búnker a prueba de balas, de propuestas y de desilusiones. De hecho, casi no he invitado a nadie a verlo desde el día de la compra ni, mucho menos, desde que terminó la reforma integral. Es mi casa, mi castillo, el lugar donde nada ni nadie entra si no es como aquello que no existe. El colmo del refinamiento, diría Schopenhauer, es vivir en un barrio popular de una ciudad callejera... pero encerrado en una cápsula que se aísla del mundo. Pareces blancas, lisas, maderas claras, algún cristal separador de espacios y, sobre todo, ventanas gruesas y aislantes subvencionadas por el gobierno. El mismo que me paga las píldoras para seguir viviendo me ayuda a pagar las paredes de mi refugio.

miércoles, 1 de junio de 2011

What if...?



¿Ni siquiera estás agradecido, a que no?

¿Agradecido? ¿Por la peor experiencia de mi puta vida?

Estás agarrado a tu dolor como si sirviera para algo. Te diré una cosa: no vale una mierda. Pasa la página. Tienes mil cosas por hacer y solo te empeñas en quejarte.

Bueno, ¿y qué se supone que tengo que hacer?

¿Tú qué crees? ¡Puedes hacer lo que quieras, gilipollas! ¡Estás vivo! ¿Qué importa un pequeño dolor frente a eso?

No puede ser tan sencillo. 

¿Y si lo fuera?

Traducción libre de la escena final de la cuarta temporada de Six feet under.