jueves, 23 de septiembre de 2010

Contracorriente




Acabo de volver del cine, de ver Contracorriente, una película colombo-peruana que me ha revuelto por dentro. No contaré mucho de ella, que tampoco es cuestión de reventársela a nadie. Pero tengo que contar lo que me ha despertado esta historia corriente que dejó al nutrido público pegado a la butaca mientras sonaba la canción que cierra la cinta.

Y no es por eso que haya dejado de quererte un solo día,
que estoy contigo aunque estés lejos de mi vida
por tu felicidad a costa de la mía.
Pero si ahora tienes tan solo la mitad
del gran amor que aun te tengo
puedes jurar que al que te quiere lo bendigo
quiero que seas feliz
Aunque no sea conmigo

El tema (que se puede encontrar, sin dificultad, en Spotify buscando 'Aunque no sea conmigo' o en este enlace de Youtube) se ha convertido en uno más de los que componen la banda sonora de mi vida, aunque solo haga una hora que lo oí por primera vez. Sí, me siento identificado con él como con tantas otras canciones.

Pero ahora solo me acuerdo de Miguel, de los ojos azules que a él y a mí nos marcarán durante toda la vida, de la felicidad que nos dio a los dos aquella primera vez que nuestro hombre nos dio la mano en la calle, de los juegos en la arena, de la soledad que nos deja quien se fue y nunca volverá. De un amor que sigue a nuestro lado aunque nadie lo vea.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Seems like old times




Seems like old times, having you to walk with,
Seems like old times, having you to talk with.
And it's still a thrill just to have my arms around you,
Still the thrill that it was the day I found you,
Seems like old times, dinner dates and flowers,
Just like old times, staying up for hours,
Making dreams come true, doing things we used to do,
Seems like old times, being here with you.


Acabo de conocer este viejo standard al ver, por primera vez en mi vida, la mítica Annie Hall de Woody Allen. Hoy es otro de esos días en los que siento que la vida está demasiado bien organizada como para ser parte del azar. Hay un guionista escribiéndola en algún sitio y disfrutando haciéndonos putadillas sin importancia pero perfectamente planificadas. Sin duda.

¿Cómo, si no, se explica que de todas las películas que tengo en la estantería aún sin ver haya escogido esta hoy, precisamente el día después de cenar con mi ex y un amigo común? ¿A qué se debe que al despedirnos tuviéramos un pequeño e intrascendente desencuentro verbal y que, justo después de irse él, mi amigo me mirara y me dijera "hay que ver, parece que todavía os gustáis"? ¿Es casualidad que sonáramos como hace años? No lo creo.

En realidad, para mi alegría y alivio, parece que he ido encontrando el lugar exacto en el que colocar a mi ex dentro de mi vida. Durante el tiempo que estuvimos juntos, unos tres años mal contados, llegué a echarlo de más. Luego me fui de erasmus a Suecia y no dejé, ni un solo día, de echarlo de menos. Incluso cuando volví tuvimos nuestra noche de reencuentro que terminó con él haciéndose el dormido y yo durmiendo de verdad para no tener que despedirme de él. Desde aquel día, decidí no volver a verlo nunca más y tratar de superar su memoria. Sin conseguirlo, claro está.

Hace ya unos seis años de aquello. Hace cosa de uno, mi obsesión por saber de él me llevó a buscar su nombre en google y a descubrir su página personal, en la que muestra un (hasta entonces desconocido para mí) gran talento para producir materiales relacionados con mi vida laboral, con mi trabajo. No dudé en llamarlo ni un momento. "Quién sabe", pensé, "podemos trabajar en algo juntos y quizá pueda por ahí empezar a seducirlo otra vez". Sin embargo, a medida que fuimos viéndonos otra vez me di cuenta de que habíamos alcanzado el punto justo. Él está en otra relación y yo estoy solo. Siento que los rescoldos que tengo humeando en mi interior van a seguir siempre encendidos y, aún así, no puedo ni quiero entrometerme en su relación, más aún cuando no puedo ofrecerle volver a la ingenua entrega de los veinte años. Han pasado muchos años, he pasado por mucho y ya nada es lo que era. Por fin está donde tiene que estar, ni muy cerca para que vuelva a aburrirme, ni muy lejos para que vuelva a idealizarlo. Como un conocido más. "Nunca va a dejar a su novio", vaticinó mi amigo después de despedirnos de él. Para qué decir más.

Y de repente, aparece esta 'Seems like old times' y vuelvo a recordar cómo era abrazarlo. Con la cena de ayer recordé, una vez más, el color de sus ojos, la forma de su nariz, el encanto de sus manos. Cómo me gustaba salir a cenar y hablar de cualquier cosa. El día que nos conocimos. Todo, el día después de cenar y reír, de hablar, de beber unas cervezas en una terraza. Justo hoy he tenido que escoger Annie Hall de la estantería. Justo hoy. Me cago en el guión.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Alineando los planetas

Puede que muy pronto me vea otra vez huyendo y sin despedirme, como Manuela en Todo sobre mi madre. En estos últimos días, semanas o meses estoy sintiendo que quizá vuelva a ser hora de cambiar de aires.

El trabajo, monótono, absurdo, sometido a las reglas del juego político o de apariencias que baña a la sociedad de esta ciudad, me está asfixiando. Para colmo, las condiciones no hacen más que empeorar, con retrasos en las nóminas y zancadillas entre departamentos para hacerse la vida y los proyectos imposibles.

Las relaciones sociales han ido marchitándose, poco a poco, por falta de riego y mayores cuidados. Donde antes se extendía una ladera llena de flores, plantas y frutales, hoy sobreviven apenas dos o tres malas hierbas que se agarran a la tierra seca y cuarteada. Por no quedar, no me queda ni deseo sexual: ya casi ni me conecto a las redes de contactos por un calentón de esos que antes terminaban con una paja mal hecha frente al ordenador y hoy terminan solos, sin tocarme, cayéndose a los pies como las hojas marchitas se caen tras dar brío a las ramas de un árbol.

Ni siquiera mi relación con la tierra es ya la que era. No disfruto de la gente, de los paseos por las calles, de las historias que escucho en cada esquina y que antes me apasionaban y me hacían reír. Estoy igual de lejos de mis raíces que hace diez años... aunque parece que cada día me pesa más esta distancia absurda. 

Parece mentira que, aunque oigamos mil veces que al lugar donde hemos sido felices no debiéramos tratar de volver, acabamos volviendo y dándonos de bruces contra los mismos muros que nos acorralaban antaño. Después de cada aventura que consigo tener por el mundo adelante, nunca más larga de un año, acabo volviendo al lugar donde descansan mis cenizas para ver si, como Lázaro, soy capaz de encontrar a alguien que las devuelva a la vida. Pero no. No he conseguido nunca volver al éxtasis juvenil de los veinte años, en los que veía con insconsciencia que mi vida estaba encaminada y resuelta.

Sin embargo, he visto la luz. Como un cometa que pasa una vez cada ochenta años, he visto una nueva aventura en la que embarcarme. En medio de un caos cósmico, la cola del asteroide ha asomado por un extremo de la bóveda celeste y me ha dado tres meses para decidir qué hacer. Doce semanas para preparar mi maleta o mi macuto espacial de espacio limitadísimo para saber qué llevarme y qué abandonar, para siempre, en tierra. O al menos, hasta la próxima vuelta. Cambio de país, de idioma, de amigos. Sin trabajo pero con expectativas de volver a ser el que fui o, si no lo consigo, por lo menos de pasar desapercibido. Parece mentira que se pueda decidir algo tan rápido... o no: en realidad, hace tiempo que lo sabía. Pues nada, otra vez a huir sin despedirse.