jueves, 23 de diciembre de 2010

Saudades de montaña rusa

Cada vez estoy más convencido de que la frase "cualquier tiempo pasado fue mejor" es completamente inexacta. Por supuesto que podemos estar en algún momento puntual algo mejor que en otro, y que la vida es una montaña rusa en la que solemos subir a base de esfuerzo y con lentitud y que, casi sin avisar, nos deja caer por nuestro peso a velocidades que ni imaginamos. Pero no es eso lo que quiero decir.

A lo que me refiero es a que ese pasado idílico que recordamos todos –ya sea la infancia, aquel primer amor de juventud o los años combativos y subversivos de la universidad– son a la postre recuerdos de un tiempo que hemos vivido porque teníamos que hacerlo para sentar la base de la nostalgia del futuro.

Después de años de insatisfacciones, decepciones y desengaños más o menos habituales, he comprendido por fin en qué se basa la realidad: en anhelar algo que nunca tendremos, algo que intuimos hace años, que vislumbramos durante aquellos años felices pero que nunca pasará de un espejismo. Somos profundamente desgraciados; en mayor o menor medida, nuestras circunstancias y nuestras personalidades nos hacen seres incompletos, inseguros, insatisfechos. La 'saudade' de la que hacen gala nuestros vecinos portugueses en su personalidad colectiva se acerca mucho más a lo que somos todos. Es decir, ellos son más realistas y ven la vida mejor de lo que nosotros, los españoles apasionados y fiesteros, nunca podremos ver.

El pasado, aquel período de tiempo en que fuimos tan felices, es una etapa necesaria para forjar la personalidad de lo que somos como adultos. El propio desarrollo vital hacia la madurez es un proceso de degradación contra el que no podemos luchar: sólo nos lleva, siempre, a peor. Esa montaña rusa puede tener algún pequeño repecho que nos haga pensar que hemos mejorado; es mentira. En el proceso de caída, la propia gravedad nos empuja hacia abajo siempre, sin marcha atrás posible dada la fuerza con la que se mueve el carro que avanza enloquecido por los raíles metálicos.

Aunque pueda parecer una visión negativa de la existencia, después de tener esta revelación me siento mucho más ligero de equipaje. Descargar de culpabilidades y reproches la propia desgracia es lo mejor que puedes hacer. Es profundamente liberador asumir que nada de lo que hagas va a mejorar tus perspectivas de futuro ni acercarlas a ese sueño dorado que nos vende el sistema –un artificio creado por algunos para intentar escapar del destino a costa de los demás–.

(...)

He releído todo el texto anterior y me da un poco de miedo haber llegado a esta conclusión. En fin, quizá todo este desbarre existencialista se deba a que hoy necesito echar un polvo tanto como el comer. Sentir un rato la piel de otro para descansar de tanta revelación liberadora por medio de un rato (corto) de sexo salvaje. De convertirme por unos minutos en un animal inconsciente. Sí, debe ser eso. No me hagáis mucho caso.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Un, dos, tres

Por veinticinco pesetas, díganos cosas grandes como, por ejemplo, el océano Atlántico.

- El océano Atlántico.
- La cara dura de Zapatero.
- La sonoridad de una sinfonía de Mahler.
- El sueño que te queda cuando suena el despertador el lunes.
...
- Los huevos de quien hace como que no te conoce cuando está con sus amigos en un congreso en el que coincidís y, sin embargo, se acerca a saludarte cuando estás con los tuyos tranquilamente tomando una cerveza en un bar. Ese que tiene la gallardía de decirte "quiero volver a verte" y nunca más se supo. El que llega a la conclusión de que no quieres que te vean con él y te suelta que "te veo incómodo", como si te conociera de algo. El que te pidió que no escribieras nada en tu blog sobre su reacción infantil a la noticia de que eres seropositivo porque "necesito tiempo". El mismo que se despide diciendo "llámame un día" y nunca te dio su teléfono. Ese mismo que...

Campana y se acabó.

viernes, 22 de octubre de 2010

Limpieza

He limpiado mi casa a fondo. Me ha dado bastante trabajo y a veces he tenido que pararme a pensar si tal o cual cosa me iba a hacer falta en el futuro. Ha sido un poco difícil decidir pero al final he optado por ser inflexible: he tirado todo lo que no veía desde hace más de una semana. Y no veas qué aroma a limpio se ha quedado...

jueves, 14 de octubre de 2010

Con el tiempo

Avec le temps,
avec le temps, va, tout s'en va.
On oublie le visage et l'on oublie la voix.
Le cœur, quand ça bat plus, c'est la peine d'aller
chercher plus loin, faut laisser faire et c'est va bien.


Avec le temps, 
avec le temps, va, tout s'en va.
L'autre qu'on adorait, qu'on cherchait sous la pluie,
l'autre qu'on devinait au détour d'un regard,
entre les mots, entre les lignes et sous le fard
d'un serment maquillé qui s'en va faire sa nuit.
Avec le temps tout s'évanouit.

"Con el tiempo se olvida todo. La cara, la voz. Vale la pena, cuando el corazón ya no late, buscar más lejos, dejarlo estar. Con el tiempo, aquel al que adorábamos, a quien buscábamos bajo la lluvia, a quien comprendíamos con solo una mirada, sus palabras, sus cartas... todo se pierde en la noche. Con el tiempo, todo se evapora".

Es una traducción un poco libre de la canción de Léo Ferré 'Avec le temps' que no puedo dejar de escuchar. ¿Os habéis parado a pensar en que cuando pasan los años no somos capaces de acordarnos del timbre de una voz amiga o de la cara de algún familiar que ha muerto... más allá de las poses forzadas de las fotos que guardamos?

El cerebro es sabio y sabe, exactamente, qué guardar y qué borrar de su disco duro. El alma sabe que su memoria no es infinita y va desfragmentando y limpiando, cada poco, sus bits para ir haciendo sitio a lo que llega. Ningún ordenador es capaz de de mantenerse tan aseado durante más de un año. Nuestra mente, mucho más ágil, nos acompaña durante toda una vida y hace sus deberes, callada, sin que le digamos nada. Selecciona lo importante, borra lo superfluo. A veces, trabaja de una manera tan rápida que algunas de las vivencias no llegan, siquiera, al lugar donde deberían guardarse y se esfuman mucho antes de llegar a ser, propiamente, recuerdos.

El sueño, al que me dirijo como cada noche, es el momento más provechoso del día. Durante ocho horas dejamos a nuestro inconsciente a su aire, ordenándose sin prisa, a su ritmo. A veces, por la mañana intentamos hacer un recuento y descubrimos, con agrado, que aquel al que adorábamos, a quien buscábamos bajo la lluvia, aquel en el que quisimos comprender con solo una mirada... ya no está. No existe. Deleted.

Y sin embargo, la verdad es que la vida ya nunca vuelve a ser igual. Nunca volvemos a ser los mismos ni a amar del mismo modo. "Alors, vraiment, avec le temps on n'aime plus".

lunes, 11 de octubre de 2010

Me muerdo la lengua

Hoy me muerdo la lengua y no voy a utilizar este blog para contar ninguna historia que me haya pasado. No es necesario, es otra vez (¡otra vez!) la misma y ya la habéis leído... los tres que venís por aquí de vez en cuando.

Hoy solo quiero anunciar que he tocado fondo –o, al menos, algo duro bajo mis pies– y que a partir de ahora solo puedo a ir a mejor. Mañana, aprovechando el día festivo, voy a coger mi coche bien temprano y voy a conducir adonde él me quiera llevar. Probablemente llegue a la frontera más cercana y la traspase por el sitio más insospechado, quizá una carretera comarcal cuanto más alejada de la autovía mejor. Cambiaré, aunque sea por unas horas, de país y de idioma, de paisaje, de mochila. Dejaré, por esas mismas horas, todo atrás y seré de nuevo quien fui hace años. O, mejor, me inventaré un yo distinto.

Lo he hecho varias veces y, la verdad, soy bastante bueno en ello. Soy capaz de aparentar la madurez más serena, la sensatez del adulto, la ingenuidad del adolescente. Incluso, si me pongo, soy capaz de creérmelo durante un rato. A veces me veo incluso desde fuera, como esas personas que salen de su cuerpo cuando están al borde de la muerte, y me veo estupendo.

Mañana es el día. Y claro que luego volveré a casa, a lo de siempre, para dormir y volver a trabajar el día siguiente. Pero ese ratito que sea otra persona, esa carreterita de frontera, me enseñarán que fuera de la caverna hay vida, luz y color mucho más brillantes que en las sombras. Lo bueno, también, es que no tengo a nadie a quien convencer a mi vuelta de que allá fuera todo es mejor. Lo sabré yo, y con eso me bastará.

A dormir. Hasta mañana.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Contracorriente




Acabo de volver del cine, de ver Contracorriente, una película colombo-peruana que me ha revuelto por dentro. No contaré mucho de ella, que tampoco es cuestión de reventársela a nadie. Pero tengo que contar lo que me ha despertado esta historia corriente que dejó al nutrido público pegado a la butaca mientras sonaba la canción que cierra la cinta.

Y no es por eso que haya dejado de quererte un solo día,
que estoy contigo aunque estés lejos de mi vida
por tu felicidad a costa de la mía.
Pero si ahora tienes tan solo la mitad
del gran amor que aun te tengo
puedes jurar que al que te quiere lo bendigo
quiero que seas feliz
Aunque no sea conmigo

El tema (que se puede encontrar, sin dificultad, en Spotify buscando 'Aunque no sea conmigo' o en este enlace de Youtube) se ha convertido en uno más de los que componen la banda sonora de mi vida, aunque solo haga una hora que lo oí por primera vez. Sí, me siento identificado con él como con tantas otras canciones.

Pero ahora solo me acuerdo de Miguel, de los ojos azules que a él y a mí nos marcarán durante toda la vida, de la felicidad que nos dio a los dos aquella primera vez que nuestro hombre nos dio la mano en la calle, de los juegos en la arena, de la soledad que nos deja quien se fue y nunca volverá. De un amor que sigue a nuestro lado aunque nadie lo vea.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Seems like old times




Seems like old times, having you to walk with,
Seems like old times, having you to talk with.
And it's still a thrill just to have my arms around you,
Still the thrill that it was the day I found you,
Seems like old times, dinner dates and flowers,
Just like old times, staying up for hours,
Making dreams come true, doing things we used to do,
Seems like old times, being here with you.


Acabo de conocer este viejo standard al ver, por primera vez en mi vida, la mítica Annie Hall de Woody Allen. Hoy es otro de esos días en los que siento que la vida está demasiado bien organizada como para ser parte del azar. Hay un guionista escribiéndola en algún sitio y disfrutando haciéndonos putadillas sin importancia pero perfectamente planificadas. Sin duda.

¿Cómo, si no, se explica que de todas las películas que tengo en la estantería aún sin ver haya escogido esta hoy, precisamente el día después de cenar con mi ex y un amigo común? ¿A qué se debe que al despedirnos tuviéramos un pequeño e intrascendente desencuentro verbal y que, justo después de irse él, mi amigo me mirara y me dijera "hay que ver, parece que todavía os gustáis"? ¿Es casualidad que sonáramos como hace años? No lo creo.

En realidad, para mi alegría y alivio, parece que he ido encontrando el lugar exacto en el que colocar a mi ex dentro de mi vida. Durante el tiempo que estuvimos juntos, unos tres años mal contados, llegué a echarlo de más. Luego me fui de erasmus a Suecia y no dejé, ni un solo día, de echarlo de menos. Incluso cuando volví tuvimos nuestra noche de reencuentro que terminó con él haciéndose el dormido y yo durmiendo de verdad para no tener que despedirme de él. Desde aquel día, decidí no volver a verlo nunca más y tratar de superar su memoria. Sin conseguirlo, claro está.

Hace ya unos seis años de aquello. Hace cosa de uno, mi obsesión por saber de él me llevó a buscar su nombre en google y a descubrir su página personal, en la que muestra un (hasta entonces desconocido para mí) gran talento para producir materiales relacionados con mi vida laboral, con mi trabajo. No dudé en llamarlo ni un momento. "Quién sabe", pensé, "podemos trabajar en algo juntos y quizá pueda por ahí empezar a seducirlo otra vez". Sin embargo, a medida que fuimos viéndonos otra vez me di cuenta de que habíamos alcanzado el punto justo. Él está en otra relación y yo estoy solo. Siento que los rescoldos que tengo humeando en mi interior van a seguir siempre encendidos y, aún así, no puedo ni quiero entrometerme en su relación, más aún cuando no puedo ofrecerle volver a la ingenua entrega de los veinte años. Han pasado muchos años, he pasado por mucho y ya nada es lo que era. Por fin está donde tiene que estar, ni muy cerca para que vuelva a aburrirme, ni muy lejos para que vuelva a idealizarlo. Como un conocido más. "Nunca va a dejar a su novio", vaticinó mi amigo después de despedirnos de él. Para qué decir más.

Y de repente, aparece esta 'Seems like old times' y vuelvo a recordar cómo era abrazarlo. Con la cena de ayer recordé, una vez más, el color de sus ojos, la forma de su nariz, el encanto de sus manos. Cómo me gustaba salir a cenar y hablar de cualquier cosa. El día que nos conocimos. Todo, el día después de cenar y reír, de hablar, de beber unas cervezas en una terraza. Justo hoy he tenido que escoger Annie Hall de la estantería. Justo hoy. Me cago en el guión.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Alineando los planetas

Puede que muy pronto me vea otra vez huyendo y sin despedirme, como Manuela en Todo sobre mi madre. En estos últimos días, semanas o meses estoy sintiendo que quizá vuelva a ser hora de cambiar de aires.

El trabajo, monótono, absurdo, sometido a las reglas del juego político o de apariencias que baña a la sociedad de esta ciudad, me está asfixiando. Para colmo, las condiciones no hacen más que empeorar, con retrasos en las nóminas y zancadillas entre departamentos para hacerse la vida y los proyectos imposibles.

Las relaciones sociales han ido marchitándose, poco a poco, por falta de riego y mayores cuidados. Donde antes se extendía una ladera llena de flores, plantas y frutales, hoy sobreviven apenas dos o tres malas hierbas que se agarran a la tierra seca y cuarteada. Por no quedar, no me queda ni deseo sexual: ya casi ni me conecto a las redes de contactos por un calentón de esos que antes terminaban con una paja mal hecha frente al ordenador y hoy terminan solos, sin tocarme, cayéndose a los pies como las hojas marchitas se caen tras dar brío a las ramas de un árbol.

Ni siquiera mi relación con la tierra es ya la que era. No disfruto de la gente, de los paseos por las calles, de las historias que escucho en cada esquina y que antes me apasionaban y me hacían reír. Estoy igual de lejos de mis raíces que hace diez años... aunque parece que cada día me pesa más esta distancia absurda. 

Parece mentira que, aunque oigamos mil veces que al lugar donde hemos sido felices no debiéramos tratar de volver, acabamos volviendo y dándonos de bruces contra los mismos muros que nos acorralaban antaño. Después de cada aventura que consigo tener por el mundo adelante, nunca más larga de un año, acabo volviendo al lugar donde descansan mis cenizas para ver si, como Lázaro, soy capaz de encontrar a alguien que las devuelva a la vida. Pero no. No he conseguido nunca volver al éxtasis juvenil de los veinte años, en los que veía con insconsciencia que mi vida estaba encaminada y resuelta.

Sin embargo, he visto la luz. Como un cometa que pasa una vez cada ochenta años, he visto una nueva aventura en la que embarcarme. En medio de un caos cósmico, la cola del asteroide ha asomado por un extremo de la bóveda celeste y me ha dado tres meses para decidir qué hacer. Doce semanas para preparar mi maleta o mi macuto espacial de espacio limitadísimo para saber qué llevarme y qué abandonar, para siempre, en tierra. O al menos, hasta la próxima vuelta. Cambio de país, de idioma, de amigos. Sin trabajo pero con expectativas de volver a ser el que fui o, si no lo consigo, por lo menos de pasar desapercibido. Parece mentira que se pueda decidir algo tan rápido... o no: en realidad, hace tiempo que lo sabía. Pues nada, otra vez a huir sin despedirse. 

domingo, 22 de agosto de 2010

A hard night's day

Hoy es el día que sigue a la noche de ayer. Vaya noche de mierda. No diré que fue reveladora, porque ya nada me asusta, sino que -más bien- fue la gota que colmó el vaso.

No faltó de nada: encontrarme al polvo del otro día en un bar al que fui con un chico que medio me hacía tilín. Que mi gran amigo de tantos años me diga, con tres copas de más, que está pendiente de unos resultados médicos para confirmar que tiene una u otra enfermedad neurológica brutales (mucho peores que mi VIH... tipo esclerosis y demás). 

Que acabemos yendo a un after con cuarto oscuro... y que me diera un ataque de agobio como pocas veces y tuviera que salir corriendo, dejando allí a mi amigo lidiando con un montón de impresentables. Que fuera, además, la última noche de mis vacaciones antes de irme, en unos días, de vuelta a la ciudad donde trabajo. 

En fin, he decidido (otra vez más) alejarme de toda esta mierda durante un tiempo, unos meses, un par de años. No quiero saber nada más de salir por ahí, beber, oler a tabaco sin haber fumado, de aguantar a babosos que te miran la polla mientras meas (¿habrá momento más íntimo?), de las reinas de la noche.

viernes, 20 de agosto de 2010

Cambios

Le he dado un impulso grande al blog y a mi cuenta en Twitter (http://twitter.com/pildorasazules). Diseños nuevos, con fotos propias y colores más armónicos. Cambios en el código de la página para salir más guapo en la foto de Google y que llegue aquí más gente. El paso previo a tener más visitas y, espero, más comentarios de gente que me dé su consuelo anónimo en la distancia.

Hay que ver lo que libera contarle a todo el mundo cosas que antes sólo escribirías en un diario. Las puede leer cualquiera y, sin embargo, te permiten desahogarte en la soledad de un salón con la persiana bajada en un día de verano.

jueves, 19 de agosto de 2010

Propósitos del nuevo curso

Se acaba el verano y va llegando la fecha. A partir del día 1 de septiembre, esta oruga se convertirá en un capullo (¡más todavía!) durante, digamos, dos años. He pensado en todo: voy a acometer cambios importantes en la vida de cualquier hombre de bien. Al menos, de cualquier hombre-homosexual-urbanita-universitario de bien. A saber:

- voy a apuntarme al gimnasio. Hace tiempo que no voy y ya está bien de acumular barriguita. Vale, los antirretrovirales hacen que se acumule grasa en el abdomen y demás... pero no es excusa. O sí lo es, precisamente. Así que a trabajar duro y a ponerme estupendo. 50 euros al mes.

- voy a ponerme una ortodoncia y, de paso, igual miro hasta precios para quitarme la miopía, que dicen que está todo muy avanzado y hay que aprovechar el tiempo y los ahorros en estas pequeñas cosas, tan imprescindibles. Como no tengo hijos, maromo ni hipoteca, el dinero es mío y me lo gasto en lo que quiera. Ponte que me gasto en esto unos 200 euros al mes.

- voy a aprender idiomas. No sé si dedicarme a perfeccionar el inglés (que nunca está de más y además me hace falta un reciclaje) o a aprender algo nuevo, mucho más estimulante sin duda. Alemán, portugués, francés... ya veremos. Ponle otros 100 euros al mes.

Así que me esperan unos 350 euros mensuales en gastos imprescindibles para que, en el mencionado plazo de dos años, esta oruga se convierta en una mariposa políglota, visualmente impecable, con dientes alineados y perfectos y con hombros anchos y abdomen plano. Para entonces habré pasado de los treinta... y hay que coger el toro por los cuernos.

Que no se diga.

viernes, 13 de agosto de 2010

Si me buscas, me encuentras

No soy de piedra. Vale, tengo el bicho por la sangre y puedo contar los polvos de 2009 con los dedos de una mano (y creo que me sobran dos). Pero no soy de piedra. O sea, que si me buscas... me encuentras.

No hay como conectarse a una red social (ahora todo es red social, cuando antes las llamaban 'páginas de guarreo' o 'de contactos' que, para el caso, viene siendo lo mismo) como bakala.org o gaydar.es para que te manden mensajes de los que suben el ánimo. La mayoría, sin foto, sin sitio, sin ambas cosas o -incluso- sin vergüenza.

De vez en cuando, sin embargo, aparece alguno bastante resultón, que te pone fotos en abundancia, que comparte algo de información contigo de buena fe y que te pide, directamente, una cita para esa misma tarde después del trabajo. La facilidad y la felicidad para el que lleva años enganchado al rollo digital y que añora los tiempos en los que todo el monte era orégano. Sí, hace unos ocho o diez años... cuando nadie tenía cámaras digitales pero todo el mundo tenía fotos escaneadas en sus perfiles. Acojonante paradoja. Memoria de tiempos pasados que, en este caso al menos, fueron mejores.

Total, que ayer me buscaron y me encontraron. Muchísimo. Tapas, cervezas, un motel de carretera pagado a medias (porque, si no tienes sitio, buenas son tortas). Un polvo bastante decente. Una serie de la tele, abrazados, a falta del cigarrito de después. Una promesa: "Te volveré a llamar".

¿Puntos negativos? Sí, alguno... aunque sin mucha importancia: que estoy de vacaciones y no sé si lo volveré a ver (ni falta que hace, a decir verdad). Que sin camiseta perdía un poco. Que en cuestiones de roles no coincidimos (o sí, pero ya sabéis que los polos iguales se repelen).

O que -y esta es la peor- hablaba exactamente igual que mi mejor amiga del instituto. O sea, que entre que me comía la polla o el culo decía cualquier cosa y yo veía a mi amiga. Bueno, tampoco es para tanto. Podía haberme recordado a Rajoy, a Ratzinger Z o a Carmen Mairena (cosas veredes), y entonces sí habría sido un drama.

En fin, me buscó y me encontró. Le ponemos... un 6 y a ver qué pasa en la reválida.

viernes, 2 de julio de 2010

Payasadas

Hay una delgada línea que separa la originalidad de la payasada. Cuando conoces a alguien que te interesa o te parece atractivo, tiendes a ver todas sus excentricidades como pequeños tesoros nada convencionales que te van sorprendiendo gratamente en cada cita. Pero ay... llega un momento en que una de tantas estupideces va más allá de esa línea y, de repente, sientes repulsión por cada tontería.

Facebook y Twitter son el campo propicio para estos absurdos. Parece que la tontería es más fácil cuando no tienes que hacerla frente a alguien real. Los demás, sinceramente, lo agradecemos por el ahorro de tiempo que supone.

domingo, 27 de junio de 2010

SMS

He borrado tu número de mi móvil, te he eliminado de mi lista de amigos en Facebook y te estoy sacando de mi mente. Ese es mi regalo de cumpleaños. Lo siento: no tengo el ticket para que lo cambies si ya lo tienes. Esta caja de rencor no se puede devolver ni cambiar.

martes, 15 de junio de 2010

Aprende, Obama

Siempre he estado muy satisfecho con la calidad de la atención sanitaria en España. Desde mi infección he pasado por varios médicos, en varios hospitales y en varias comunidades autónomas (cosas del trabajo). El caso es que en cualquiera de esas consultas, frías y tristes de entrada, me he sentido como un amigo, más que como un paciente. ¡Qué gusto da ir a un sitio sin mentir, sin esconder nada, y donde siempre te dan buenas noticias!

"¿Qué tal estás? ¿Cómo te sientes? ¿Qué tal de ánimos?". Nunca faltan las buenas palabras, el apretón de manos, la mirada directa y sana a los ojos. La palabra clave ('indetectable') suena en cada visita y siempre salgo con las buenas noticias, el canastito de píldoras para varios meses y la cita para la próxima inyección de buen humor en unos meses. Hay que pasar por varios departamentos (la consulta, la farmacia, el mostrador de citas) y nunca tardo más de hora y media, como mucho. Como un reloj, todos: los médicos, farmacéuticos, enfermeras y auxiliares.

En fin, que desde que empecé con un tratamiento hasta hoy, he pasado por diferentes combinaciones de drogas buenas. Cuatro pastillas, luego dos (una de ellas, azul... claro), hasta hoy una combinaba los tres fármacos... y, ahora, a tomarlos otra vez los tres componentes por separado. Tres píldoras antes de dormir. ¿Por qué? Porque han decidido presionar a la farmacéutica comprando uno de los tres medicamentos en presentación genérica, "infinitamente más barato" que el de marca. "Con la crisis no estamos para gastarnos 50 euros en cada pastilla".

¡Ole los cojones del hospital! ¡Así se hace! Me parece una locura el precio del tratamiento. Vale que hay que investigar y todo eso... pero de ahí a que el departamento o consejería de sanidad correspondiente pague 1.500 euros al mes por paciente a la empresa de turno hay un paso que no debemos dar. Yo mismo gano más o menos esa cantidad al mes para todos mis gastos. Así que enhorabuena al hospital (y a todos los otros que están haciendo lo mismo frente a los abusos de las corporaciones sanitarias privadas).

A ver si tomas nota, Barack.

domingo, 13 de junio de 2010

Como un trapo

Lo peor que puedes hacer un día cualquiera es tomarte la dichosa píldora azul (bueno, ahora son rojas, pero para el caso es lo mismo) por la mañana. El médico te recomienda tomarla siempre por la noche, antes de dormir, para que el sueño evite que la bofetada te llegue mientras estás consciente. No sé qué coño tienen dentro las pastillas, pero te hacen sentirte como si fueras un trapo: sin ganas de andar, de pensar, de escuchar nada que no sea el silencio. Es como una droga que te da un mal viaje.

Estoy sintiendo escalofríos, cierto dolor de cabeza, ganas de acostarme todo el día y no saber nada del mundo hasta mañana. Pero más allá de eso, las putas atriplas y la necesidad de tomarlas cada día para no complicar más las cosas es una tortura que me recuerda que la vida no volverá a ser la misma.

Da igual que salga por ahí, que me conecte a alguna web de contactos. Que intente obviar este martirio para mirar adelante y volver a tener esperanza. La píldora diaria hace que las ganas de cualquier cosa se supediten a la borrachera.

viernes, 23 de abril de 2010

La semana de los muertos vivientes

Hace unos días quedé a tomar café con aquel chico tan majo que me quería y que resultó ser más veloz que el correcaminos para escapar.

En la última semana, me han agregado al Facebook (¡el mismo día!) un par de rollos suecos que tuve cuando me fui de erasmus hace años. Uno de ellos, era un trozo de pan, pero –todo hay que decirlo– un poco desustanciao. Por el otro casi me quedo a vivir en Gotemburgo y todo... aunque al final resultó ser un niño que no sabía lo que quería encerrado en el cuerpo de un hombretón rubio guapísimo.

Hoy me he tropezado con el gilipollas que estaba a mi lado cuando me enteré de que era seropositivo y que desapareció de la noche a la mañana y que no deja de llamarme "chavalote" cada vez que me cruzo con él, de año en año, por la calle.

A todos ellos, con cariño:


¿Por qué el pasado se empeña en volver de repente, con todos sus fantasmas juntos en tropel? ¿Qué me quiere decir el destino?

sábado, 27 de marzo de 2010

SMS

Mi mensaje pidiendo audiencia para aclarar las cosas (quién me mandará a mí insistir) ha recibido respuesta:

"Por cierto, dime qué nombre ponerle a tu número. Creo que nunca lo he sabido".

Y yo pensando en él, acordándome de su nombre, de su cara y de su sonrisa que sólo disfruté unas horas y que se apagó cuando apareció el bicho. No sé por qué, pero se confirma una vez más uno de los grandes misterios de la óptica: cuando aparece el virus en la conversación, todos dejan de verme a mí y sólo ven un microbio.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Seré breve

Hoy seré breve. La verdad es que no tengo mucho que decir... salvo que no salgo de mi asombro y no se me pasa el cabreo con el que llevo varias horas por causa del protagonista de la noche memorable y la mañana de mierda del otro día.

No sólo se fue huyendo el otro día casi sin despedirse. No sólo me mandó un mensaje con faltas de ortografía como única excusa. No sólo ha tardado cuatro días en volver a dar señales de vida, ignorando los mensajes que le mandé invitándolo al cine. No, hoy ha ido mucho más allá.

De hecho, su llamada –que yo esperaba como agua de mayo– fue incluso para recriminarme mi conducta. "¿Sabes? He estado pensando y creo que lo que hiciste el otro día no estuvo nada bien", me ha espetado. "Creo que te portaste mal y deberías haberme avisado antes de lo tuyo", ha sido capaz de decir.

Claro, ahora debe ser que los seropositivos tenemos que llevar un brazalete con un + rojo para que se nos diferencie por la calle. Que no tenemos derecho a sobreponernos a la infección. Que el hecho de tener un virus en la sangre, aunque sea en cantidades mínimas e indetectables, es el rasgo más importante de nuestra identidad, por encima de los intereses, la manera de ser, de pensar o, incluso, si tenemos unos ojos bonitos. Que debemos ir diciendo a cualquiera, a modo de presentación, "hola, soy Fulano y tengo VIH".

Que no tenemos, en definitiva, derecho a la ilusión, a relacionarnos como cualquiera, a tener una vida completa. "Creo que deberíamos quedar un día para que me expliques por qué no me lo dijiste antes", remató. ¿Antes de qué? ¿De conocerte? ¡Si te viniste a mi casa a las dos horas de que empezáramos a hablar en un bar!

"Cuando quieras", le contesté desafiante. No sé si tengo ganas de verlo, si total estoy casi seguro de que ya no puede aportarme nada. Pero la verdad es que en las últimas horas se ha despertado en mí un sentimiento de orgullo y autoafirmación que en cuatro años no había sentido.

"Sí, soy seropositivo y soy mucho más hombre y maduro que tú", debería haberle dicho para colgar y dejarle con la palabra en la boca. Si al final tiene huevos de quedar, parece que me voy a quedar a gusto y que a él le va a tocar pagar sus platos y los platos rotos de los demás cobardes.

"Si yo fuera él", me digo ahora a mí mismo, "empezaría a temblar". He dicho.

domingo, 14 de marzo de 2010

A partir de hoy



Ayer me levanté con la firme determinación de que el día no fuera igual que el anterior, y el otro, y el otro... y aquél en que me sentí vestido, como una viuda, de negro luto de la cabeza a los pies.

Parece mentira que calmar el dolor más grande del mundo con un cambio de actitud es posible. Vale, sólo dura un rato –el mismo tiempo que dura el efecto de una pastilla de ibuprofeno 600 mg–, pero alivia que no veas.

Así que ayer, con la vista puesta en una noche que se anunciaba memorable, me levanté temprano. Desayuné en uno de mis bares preferidos mientras la lavadora terminaba de lavar la funda nórdica. Me di un pequeño paseo hasta la panadería, el único lugar que estaba abierto a las 9 de la mañana. Me corté el pelo para estar más guapo. Hice la cama con sábanas blancas y el nórdico recién lavado y secado al sol de la temprana primavera. Pasé la tarde disfrutando de música y de la compañía cafetera de una amiga.

Y, como no podía ser de otra manera, tal inyección de vitalidad tuvo su recompensa. Como si los astros se hubieran alineado (dime tú que no es casualidad que el mismo día que pongo mis sábanas preferidas y lavo el nórdico me pase lo que os cuento), no he dormido solo esta noche. Es más: he tenido una de las noches más bonitas de los últimos años, comparable a alguna noche de farra de las que acaban con chocolate con churros a las 8 o aquella noche del final de verano que os conté una vez.

Innumerables las cosas en común que tengo con él, incontables los detalles que me dejaron ver que estaba compartiendo la cama con uno de esos chicos que casi nunca encuentras (y que, si aparece, tiene novio o es hetero). Todo fue perfecto. Todo... hasta que el tema de siempre se metió en la cama como el niño de tres años que corre a la cama de sus padres en busca de compañía y protección contra sus pesadillas.

Supongo que el bicho, aunque esté acojonado y escondido, me está creando una coraza que me protege contra la adversidad como nunca antes. Pero es que a la cuarta vez que sabes que alguien va a escapar tarde o temprano, en dos minutos o en dos meses, ya te da un poco igual. "Perdona mi bajón de lívido" (sic), dijo en un mensaje al rato de marcharse, "pero entiende el shock". Pues claro que lo entiendo. No lo voy a entender... camino de mi cuarto cumpleaños, ya entiendo todo lo que hay que entender.

Después de casi veinte minutos dando rodeos a la confesión en horizontal, he entendido que no soy capaz de decirle a nadie que tengo VIH. Entiendo también que todos esos amantes ocasionales (cuatro en cuatro años... ¡qué pobreza, con lo que yo era!) se escapen de mi casa/cama sin remedio. Entiendo que dé miedo pensar en estar conmigo. Entiendo las excusas que me ha dado esta mañana antes de huir. Entiendo que el libro que me inspira cuando me falta el aire es sólo un cuento, una historieta que sólo es autobiográfica para su autor.

Entiendo, en fin, que estoy sólo (y solo) al principio de una carrera de fondo que seguro durará todavía cuatro o cinco décadas... pero que nunca será completa si sigo buscando en los demás algo que debo buscar en mí.

A partir de hoy, cuando cambie las sábanas sabré que son sólo para mí. Cuando haga un buen potaje, pondré sólo un plato y una cuchara en la mesa. Cuando me corte el pelo, esperaré sólo mi aprobación. Si salgo a pasear, no echaré de menos tener a alguien al lado para decir que tengo frío.

A partir de hoy, estaré solo pero me sentiré completo.

miércoles, 20 de enero de 2010

De negro luto



Hace muchísimo que no escribo nada aquí. Sí he escrito en muchos otros sitios, esos en los que firmo con mi nombre y apellidos y pongo mi cara para que quien quiera pueda darme en una y otra mejilla las bofetadas que hagan falta.

Pero no había vuelto por aquí salvo en tres o cuatro ocasiones, para ver si había algún comentario o para acordarme de aquella historia de amor que, pese a lo esperado, tardó en terminar lo mismo que tarda en caer del árbol la fruta en otoño.

Hoy vuelvo a coger esta libreta para apuntar una frase que me dijo un viejo amigo, de esos que guardamos desde los años de la universidad y a quien ves año tras año con menor frecuencia pero con más intensidad.

Recordando los tiempos de clases a las que faltábamos y de noches sin dormir, se quedó mirándome y me dijo: "Yo creo que antes eras más feliz". Así, tal cual. Con la crudeza que da la confianza y la sinceridad de los que se enfrentan a la treintena sin haber resuelto nada en su vida.

Desde entonces, estoy dándole vueltas a la idea. Claro que sé que ahora no soy tan feliz como hace años: sigo enamorado del mismo primer amor que dejé por buscar nuevos horizontes, estoy sin trabajo, vivo lejos de casa y, encima, llevo ya casi cuatro años con el bicho corriendo por la sangre. No tengo ya mucho que ver con lo que era entonces. Pero que te lo digan de esa manera, tan explícita y tan clara, le da al dolor una categoría nueva. Hace que te des cuenta de que el luto ha traspasado la piel y va oscureciendo la imagen que tienen los demás de ti.

Como esas abuelas viudas que un día se vistieron de negro y asumen que ya nunca volverán a disfrutar de la vida, así me siento yo hoy.