miércoles, 17 de marzo de 2010

Seré breve

Hoy seré breve. La verdad es que no tengo mucho que decir... salvo que no salgo de mi asombro y no se me pasa el cabreo con el que llevo varias horas por causa del protagonista de la noche memorable y la mañana de mierda del otro día.

No sólo se fue huyendo el otro día casi sin despedirse. No sólo me mandó un mensaje con faltas de ortografía como única excusa. No sólo ha tardado cuatro días en volver a dar señales de vida, ignorando los mensajes que le mandé invitándolo al cine. No, hoy ha ido mucho más allá.

De hecho, su llamada –que yo esperaba como agua de mayo– fue incluso para recriminarme mi conducta. "¿Sabes? He estado pensando y creo que lo que hiciste el otro día no estuvo nada bien", me ha espetado. "Creo que te portaste mal y deberías haberme avisado antes de lo tuyo", ha sido capaz de decir.

Claro, ahora debe ser que los seropositivos tenemos que llevar un brazalete con un + rojo para que se nos diferencie por la calle. Que no tenemos derecho a sobreponernos a la infección. Que el hecho de tener un virus en la sangre, aunque sea en cantidades mínimas e indetectables, es el rasgo más importante de nuestra identidad, por encima de los intereses, la manera de ser, de pensar o, incluso, si tenemos unos ojos bonitos. Que debemos ir diciendo a cualquiera, a modo de presentación, "hola, soy Fulano y tengo VIH".

Que no tenemos, en definitiva, derecho a la ilusión, a relacionarnos como cualquiera, a tener una vida completa. "Creo que deberíamos quedar un día para que me expliques por qué no me lo dijiste antes", remató. ¿Antes de qué? ¿De conocerte? ¡Si te viniste a mi casa a las dos horas de que empezáramos a hablar en un bar!

"Cuando quieras", le contesté desafiante. No sé si tengo ganas de verlo, si total estoy casi seguro de que ya no puede aportarme nada. Pero la verdad es que en las últimas horas se ha despertado en mí un sentimiento de orgullo y autoafirmación que en cuatro años no había sentido.

"Sí, soy seropositivo y soy mucho más hombre y maduro que tú", debería haberle dicho para colgar y dejarle con la palabra en la boca. Si al final tiene huevos de quedar, parece que me voy a quedar a gusto y que a él le va a tocar pagar sus platos y los platos rotos de los demás cobardes.

"Si yo fuera él", me digo ahora a mí mismo, "empezaría a temblar". He dicho.

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